lunes, 17 de noviembre de 2008

Box

El lugar esta lleno. Un muchacho reclama a su abuelo el número de seguro social, el hombre señala con el índice su oído y después lo mueve diciendo que no, es obvio que no escucha nada, parece ser que su nieto no entiende ningún otro lenguaje que las palabras, el joven se desespera me mira y me sonríe buscando mi aprobación. No respondo, ni con una sonrisa, ni un leve movimiento de mi cabeza, parece que tampoco entiende mi desdén. Al fin el hombre viejo saca una credencial, el nieto la toma y desaparece por los pasillos que llevan al sótano del hospital.
De un consultorio sale una joven doctora, bajo la bata trae una blusa roja de seda, y una falda negra, es guapa, me mira un segundo y desaparece en otro consultorio, ¿me sonrió? ¿De verdad me miró? ¿Qué hago aquí? Debería estar entrenando, la pelea es en una semana, perdí las dos anteriores. La primera con ese pendejo de Julián Ordoñez, tenía unas ganas enormes de partirle la madre, en el gimnasio siempre se está burlando. No se merece ni las cicatrices que tiene, que realmente son pocas. Por ahí dicen que es la vieja de uno de los directivos, tiene varo pero nadie sabe de donde lo saca. No es hijo del barrio, como nosotros.
La segunda la perdí contra el Gallito, igual por culpa de otro pendejo, yo. Viene el representante y me dice que todo está arreglado para que yo gane, que me lo tome con calma. Ha sido de las peores madrizas que me han dado, yo esperando que él se caiga, y él sabiendo muy bien que no había entrenado nada. La pelea estaba arreglada pero no a mi favor, mi entrenador sabía pero no me dijo nada, es normal en el box, es lo que yo llamo lo cotidiano, es lo que nos desgasta, nos vuelve locos poco a poco, como a Chávez que hasta a martillazos agarró su casa porqué creía que le estaban haciendo brujería.
Pero lo peor, es que ese, es el mejor de los casos, a veces lo cotidiano nos pega un buen zurdazo en la quijada con toda su fuerza, con el peso de muchos años, de muchos como yo, de tardes de entrenamiento inútil, de trampas, de mentiras, de esconder secretos. Caemos a la lona y ya no nos levantamos, ni después de diez, ni de quince, ni aunque que el referí cuente hasta diez millones, nunca, ya no nos volvemos a levantar y ahora sí, como dicen, colgamos los guantes. Entonces nos encontramos con lo cotidiano en su forma más terrible.
La sala de espera está cada vez más llena, el lugar se va convirtiendo en un caos, la gente sentada parece estar dispuesta a esperar por siempre, los que están de pie tocan a los consultorios y alguien les abre y desaparece sin dicerles nada. De vez en cuando una puerta se abre una voz llama a alguien, esa persona desaparece en el consultorio, no he visto a nadie regrese. Parece ser que a nadie le importa, o le extraña, bueno la burocracia es así.
También alcanzo a ver a una enfermera que atiende desde un escritorio, pero por más que me esfuerzo no puedo ver sus piernas, ¿qué hago aquí? Hoy vi al viejo, “que tengas suerte” me dijo, qué paso hoy, estoy seguro que salí a entrenar, justo antes de salir a correr le pedí al viejo que me contara una de sus historias de boxeadores, “ya no existen las historias de boxeadores, todas ya se han contado” eso me dejo confuso, él siempre esta contando sus cuentos, se dedica a barrer el gimnasio, aunque siempre está asqueroso, ha visto a cada campeón de esta ciudad, a todos los que han podido serlo y por algo no pudieron, desde drogas, hasta que simplemente les dio hueva seguir entrenando o se murieron de hambre en el camino, siempre hablando de boxeadores muertos.
Alguien platica sobre la pelea anterior en la que me madrearon, dicen que todo estuvo arreglado que yo me caí, eso no es verdad, me engañaron, uno se ríe la risa es igual a la de mi hermano, “lo acribillaron” escucho a mi padre, me pongo de pie, camino “tenía corazón, quería ganar, por eso aguantó, por eso lo mataron” que coño pasa, no entiendo nada, estoy asustado, quién está hablando, “la federación va a pagar el funeral, si firmamos un papel que dice que fue al doctor un día antes y que todo estaba bien y pues la verdad necesitamos el dinero, y pues …” Un consultorio se abre y gritan mi nombre, me levanto, las piernas me pesan como si hubiera corrido durante muchas horas y después me subiera al ring, cuando llego al consultorio, ya entendí desde hace mucho que esta pasando.