miércoles, 1 de abril de 2009

Crónica desde el desierto II

La ciudad aun está muy lejos cuando en el horizonte la veo venir hacía mí. Gigantesca y blanca, del color de los huesos, nubes caídas en desgracia, condenadas al infierno del desierto, arrastrándose y creciendo de la arena que las consume. Por un segundo intento evitarla, ponerme a salvo, sé muy bien que es inútil, como decía algún libro, la tormenta viene adentro. Cierro los ojos y tapo mis oídos.
Me golpea y me derriba con toda su fuerza, siento cada grano como un cuchillo que se divierte mordiendo mi piel, me pongo de pie intento seguir. Camino a ciegas, a donde creo que me espera el oasis, tengo sed, una sed vieja, siento mis manos sangrar, ¿qué quedará después de esto?, ¿quién saldrá caminando de esta horrenda nube infernal?, ¿quedaré al menos?
Despierto, busco la ciudad, ni un rastro de ella, perdí el conocimiento, por lo menos la tormenta no me enterró. Alguien me mira, frente a mi una vieja tortuga con expresión aburrida me contempla, sin miedo. Por primera vez en mucho tiempo veo algo vivo.

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